Consciencia de envejecer
SANTIAGO VADILLO MACHOTA
Los humanos nos diferenciamos de los otros seres de la creación por el nacimiento de la consciencia, o sea del yo. Nadie ha determinado cuándo y por qué nació en nosotros el rasgo indeleble que nos hace únicos en el Planeta y que convirtió a nuestros ancestros en la especie Homo sapiens.
La peculiaridad, lejos de generar libertad y felicidad, despertó la idea de lo finito, la más cruel de nuestras sensaciones, que casi siempre trae consigo un tormento insoportable. Sólo los creyentes, guiados y fortalecidos por la doctrina religiosa, tienen la fortuna de afrontar con serenidad y confianza la realidad del fin, que es exclusivo de la materia, pero que no afecta al espíritu (alma o mente), al que consideran imperecedero.
Algunos tuvimos la desgracia de nacer desheredados de la gracia divina de la fe, aunque vivimos con plenitud el concepto cristiano del bien y del mal. La escritora y periodista Oriana Fallaci fue un exponente relevante de este pensamiento. En su libro La fuerza de la razón profundizó en el ateísmo cristiano. Los que carecemos de fe debemos afrontar con rigor los últimos años de la existencia, desarrollando lo que Pedro Laín Entralgo llamó la "empresa de envejecer", una actividad consciente y minuciosamente planificada que persigue afrontar con dignidad el inevitable crepúsculo de la vida.
La génesis de una persona es consecuencia de la interacción de sus genes con el medio ambiente. Los genes se heredan de los progenitores. Poseen las claves para la formación del organismo en el claustro materno y su desarrollo fuera de él. Cuando llegamos a este mundo, el conocimiento -imprescindible para sobrevivir en un ambiente selectivo y tremendamente agresivo- se adquiere a través de los sentidos, sobre todo en los primeros años. La formación de la personalidad del individuo mediante las sensaciones fue puesta de manifiesto en el siglo XVIII por el filósofo francés Condillac. En su obra Tratado de las sensaciones, publicada en el año 1754, sostiene que el conocimiento y las facultades humanas descansan sobre las sensaciones, es decir, en el contacto sensible de las cosas. Los sentidos aportan incansablemente al encéfalo información detallada de la realidad, que se guarda en la memoria. Las primeras sensaciones recibidas, al no tener elementos de relación y comparación, se fantasean. Perdurarán en la mente durante toda la vida.
Mis primeros años transcurrieron a la vera del Pico del Moro Almanzor, entre gargantas, tabacales, higuerales..., conviviendo con animales domésticos y personas queridas. Percibí sensaciones placenteras inolvidables, que no he podido reproducir de adulto, porque seguramente sean recuerdos fantaseados. ¿Cuándo se inicia el envejecimiento? Es difícil de precisar, pues varía con las épocas y las personas. Los expertos señalan que no será un suceso raro encontrar entre los nacidos en el siglo XXI personas centenarias. Es lógico colegir que si aumenta la longevidad, se retrase algo el inicio de la vejez.
Mi abuelo materno (1892-1984) inició la preparación de la mortaja a los cincuenta y pocos años, por dos causas: la cultura de la época y una afección prostática. Luego, Dios le mantuvo entre los suyos cuarenta años más. Gabriel García Márquez declara, en su obra Memoria de mis putas tristes, a través de su personaje principal, que poco antes de los cincuenta tuvo la certidumbre de ser mortal. Además comenta: «Desde entonces empecé a medir la vida no por años sino por décadas. La de los cincuenta había sido decisiva porque tomé conciencia de que casi todo el mundo era menor que yo. La de los sesenta fue la más intensa por la sospecha de que ya no me quedaba tiempo para equivocarme. La de los setenta fue temible por una cierta posibilidad de que fuera la última». La década de los cincuenta, pues, marca el inicio de la pendiente que nos conducirá inexorablemente al fin de nuestra vida terrenal. El organismo nos da señales avisadoras de la llegada de este momento. Primero, empiezan a aparecer inexplicables dolores que trashuman el cuerpo. No suponen un gran peligro para la integridad, pero originan preocupación.
Los octogenarios que conozco afirman que los dolores son malos cuando se quedan fijos; mientras se desplacen, sólo son molestos. Después, los órganos de los sentidos inician su deterioro: aparece miopía, sordera, etc. El inicio de la involución orgánica no contagia al espíritu. Al contrario, la mente muestra en esta década el mayor grado de desarrollo. Se manifiesta en muchos de nosotros un atavismo racional que provoca la huida de las fantasías -tan frecuentes en la mocedad- y tamiza nuestros pensamientos eliminando los verdaderamente perjudiciales. Desaparecen los mitos y las dependencias psicológicas que, en ocasiones, suscitan los demás. Es una etapa de autoafirmación, de descubrimiento benévolo y complaciente del yo y, por ende, de una elevada autoestima. En fin, la consciencia de envejecer contribuye a la forja de las condiciones propiciatorias necesarias para planificar con serenidad y objetividad la que será inevitablemente la última etapa de nuestra existencia cósmica.
SANTIAGO VADILLO MACHOTA es catedrático de Sanidad Animal de la UEx y además es joyanco y amigo mío.